Hacia una sociedad más intergeneracional y diversa: combatiendo el edadismo

Cuando una abuela de Albacete me confesó que se sentía invisible en su propia comunidad, comprendí que el edadismo no es solo una palabra, sino una herida social. En una sociedad que se enorgullece de su diversidad, este prejuicio, que discrimina por edad, se cuela en frases cotidianas como “es demasiado mayor para eso” o “los jóvenes no tienen experiencia suficiente”, perpetuando desigualdades y limitando oportunidades.

Como catedrática y defensora de los derechos de las personas mayores, he sido testigo de cómo estas actitudes dividen nuestras comunidades, impidiendo construir un futuro verdaderamente inclusivo e intergeneracional. El edadismo tiene un impacto profundo. Para las personas mayores, significa exclusión social, barreras laborales o menoscabo de su dignidad. Para los jóvenes, se traduce en contratos precarios, falta de oportunidades y una constante subestimación de sus capacidades.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), más del 50% de la población mundial tiene actitudes edadistas, afectando negativamente a la salud mental y al bienestar social. En Castilla-La Mancha, estas brechas se agravan en entornos rurales, donde los mayores son un pilar fundamental y los jóvenes luchan por asumir oportunidades. 

El edadismo no es solo un problema de actitudes individuales, sino de estructuras sociales que no reconocen el valor de todas las generaciones. La falta de programas que valoren la experiencia de los mayores o la percepción de inmadurez en los jóvenes reflejan un sistema que margina, en lugar de integrar. En mi trabajo con comunidades educativas, he constatado el impacto que tienen los encuentros intergeneracionales, como los organizados en Albacete, donde abuelos y estudiantes comparten historias, fortalecen el respeto mutuo y la cohesión social. 

El edadismo no es solo un problema de actitudes individuales, sino de estructuras sociales que no reconocen el valor de todas las generaciones. La falta de programas que valoren la experiencia de los mayores o la percepción de inmadurez en los jóvenes reflejan un sistema que margina, en lugar de integrar

Combatir el edadismo exige un cambio cultural y estructural. Desde mi experiencia, he aprendido que la clave está en educar para el respeto entre generaciones, comenzando desde las aulas. Es fundamental integrar en los programas educativos contenidos que desmonten los estereotipos asociados a la edad, tal y como promueve la OMS en su Decenio del Envejecimiento Saludable (2021-2030).

También necesitamos espacios intergeneracionales, como proyectos de voluntariado o mentorías recíprocas, que refuercen los lazos entre generaciones. En Castilla-La Mancha, podemos potenciar iniciativas que conecten a mayores con jóvenes a través de talleres comunitarios. Junto a estas acciones, el lenguaje cobra una importancia clave: evitar expresiones estereotipadas y promover un discurso que valore la diversidad de edades es esencial para transformar la narrativa social. Es urgente, además, diseñar políticas inclusivas que incentiven la contratación de jóvenes y mayores, garanticen una formación continua y eliminen las barreras en el acceso a la salud. 

En Castilla-La Mancha, con nuestro profundo sentido de comunidad, podemos liderar este cambio. La experiencia de los mayores y la energía de los jóvenes son un activo invaluable para enfrentar los retos del presente. Reivindiquemos una sociedad justa, diversa y solidaria, donde el edadismo no tenga cabida. Como he defendido siempre, los derechos de todas las personas, sin importar su edad, son el pilar de una comunidad igualitaria. Y ese compromiso debe empezar hoy: en cada escuela, en cada pueblo, en cada conversación. Construyamos, juntos, una Castilla-La Mancha sin edadismo.