La imagen de romanos vomitando en los banquetes no encaja con lo que dicen las fuentes históricas

Un emperador romano podía tragarse un jabalí entero relleno de tordos, huevos, salchichas y frutas exóticas sin levantarse del triclinio. Comer hasta reventar era parte de una puesta en escena donde el exceso servía para demostrar poder. Vajillas de plata, músicos tocando y esclavos pendientes de cada movimiento completaban el espectáculo.
A fuerza de engullir, más de uno acababa por desbordar su estómago. Así surgió la imagen del romano tan harto de comida que necesitaba vomitar para continuar comiendo.
Séneca y otros autores escribieron desde el desprecio a los excesos gastronómicos
La historia, sin embargo, ha confundido el vómito ocasional por exceso con una costumbre social. En la literatura romana aparecen escenas de banquetes excesivos, sí, pero enmarcadas en sátiras, críticas morales o anécdotas exageradas.
Séneca, por ejemplo, cargó contra los ricos de su tiempo al escribir que “vomitan para seguir comiendo, y comen de manera que luego puedan vomitar”. Esa frase ha sido tomada al pie de la letra durante siglos, ignorando el tono con el que fue escrita y el objetivo que tenía: denunciar el lujo desmedido como síntoma de decadencia ética.

En realidad, provocarse el vómito no formaba parte de ningún hábito aceptado ni estaba socialmente admitido en los banquetes. Las fuentes que lo mencionan lo hacen siempre de forma individual, con nombres propios y en contextos de crítica.
Suetonio, por ejemplo, relata que Claudio solía terminar las cenas con el estómago tan lleno que se provocaba el vómito antes de dormir. También se menciona que Vitelio, emperador brevemente entre los años 69 y 70, podía celebrar hasta cuatro festines diarios. Pero estos casos no reflejan una norma general, sino los excesos personales de figuras concretas.
La difusión del mito también tuvo un impulso literario. En 1923, el escritor Aldous Huxley publicó Antic Hay, una novela en la que aparece una mención directa a un vomitorium de mármol, usando el término como si fuera una estancia decorada para vomitar entre plato y plato.
La escena estaba inspirada en los banquetes de Trimalción descritos en el Satiricón de Petronio, una sátira romana que se recrea en los excesos gastronómicos de la élite. Pero, como en el caso de Séneca, el tono era claramente paródico.

Lo que sí se convirtió en una idea ampliamente difundida fue el error de interpretar la palabra vomitorium como una sala para vomitar. La confusión se popularizó en el siglo XIX, cuando algunos escritores malinterpretaron el término latino.
En realidad, vomitoria era el nombre que recibían los pasillos de salida de teatros y anfiteatros romanos, diseñados para que miles de personas pudieran abandonar las gradas con rapidez. En el Coliseo, por ejemplo, había 76 de estas salidas que permitían evacuar a más de 50.000 asistentes en cuestión de minutos.
No hay evidencias arqueológicas ni textos fiables que respalden este hábito
Los textos satíricos y las críticas morales se combinaron con errores de traducción y clichés sobre la decadencia romana. Así, la idea del vomitorium como sala para vaciar el estómago se consolidó en la cultura popular como si fuera un hecho arqueológico. Pero ninguna excavación, ningún plano ni ninguna fuente fiable ha confirmado jamás la existencia de un lugar destinado a vomitar en el contexto de un banquete.
Tampoco existen pruebas de que provocarse el vómito fuera una práctica organizada, aceptada o siquiera habitual entre los comensales. Lo que sí existía era el uso médico del vómito como tratamiento puntual tras excesos alimenticios, administrado por profesionales y en circunstancias concretas, lejos del bullicio de los triclinios y los salones de banquetes.
El mito del vomitorium, en realidad, ha sobrevivido más por su fuerza visual que por su veracidad. Su persistencia no dice tanto de la Roma antigua como de quienes han proyectado sobre ella una imagen de decadencia extrema. Basta con revisar las fuentes originales para comprobar que esa habitación destinada a vomitar, sencillamente, nunca existió.
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