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Jon Aldalur, exmiembro de ETA arrepentido: “No supimos parar el monstruo que habíamos creado”

Jon Aldalur, durante la conferencia.

Rodrigo Saiz

Pamplona —
8 de junio de 2025 22:01 h

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Jon Aldalur (Itziar, Gipuzkoa, 1958) tenía 12 años cuando se celebró el Consejo de Guerra de Burgos en el que se juzgó a 16 militantes de ETA y que condenó a seis de ellos a la pena de muerte. La movilización social y la presión internacional lograron finalmente que la pena de muerte se conmutara por años de cárcel para los encausados. Aquel juicio marcó al pequeño Jon, que dos años más tarde se integraría en la banda terrorista. “Mi familia no era nacionalista ni tenía conciencia política, pero visto desde ahora estaba predestinado a acabar en ETA”, sostiene. 50 años más tarde, Jon Aldalur se arrepiente de su pasado en la banda terrorista, que le llevó a participar en el secuestro y asesinato del empresario Ángel Berazadi, y afirma que ETA nunca debió de haber existido. Esta semana ha participado en Pamplona en un encuentro organizado por la asociación ‘Gogoan, por una memoria digna’ junto con el filósofo del CSIC Reyes Mate y moderado por la periodista María Jiménez.

“Estaba en la adolescencia, tuve una crisis vital, religiosa...”, destaca Aldalur entre los motivos que le llevaron a entrar en ETA. “Entramos a la vez tres amigos íntimos, era un ente en el que volcabas tus aspiraciones, era una utopía revolucionaria. Queríamos romper con la religión, con nuestros padres, la sociedad... Éramos rebeldes. Y ETA aunaba todo eso, te empoderaba”, añade.

En 1976, ya dentro de ETA, participó en el secuestro del empresario Ángel Berazadi, director gerente de la empresa Sigma y simpatizante del PNV, a quien un año antes la banda terrorista había amenazado por carta para que pagase 10 millones de pesetas. “El impuesto revolucionario, un eufemismo de la extorsión económica que realizaba ETA”, apunta la periodista María Jiménez. Aldalur recuerda que no habían tenido “mucha preparación militar” previa, ni conocían mucho a la persona a la que iban a secuestrar. “No le conocía de nada, solo sabía que tenía dinero y cuando nos comunicaron que hacía falta dinero y nos pusimos manos a la obra y le hicimos una vigilancia básica y planeamos cómo secuestrarlo. En la entrada de la autopista nos cruzamos delante y lo hicimos. Lo metimos en un cobertizo que tenía mi familia”, relata. “Lo terrible es que no teníamos nada contra él, convivimos con él veinte días, le llevaba la comida, hablábamos, aunque fuera con la cara tapada. Era un hombre de 58 años y nosotros teníamos 18, era un hombre campechano, interesante, tampoco le queríamos mal”.

Pero llegó la orden de asesinarlo. “No tuvimos dudas, en ese momento no hay lugar para la compasión. Si tienes dudas, echas a correr. Nos dijeron que teníamos que hacerlo y lo hicimos. Ahora pienso: 'Y si hubiéramos hecho otra cosa'. Pero en aquel momento no dudamos, la situación era dura, pero era lo que teníamos que hacer. Nadie nos había mandado entrar en ETA, éramos militantes, no soldados”. A los pocos días del asesinato fue detenido y encarcelado. Pasó en prisión 14 meses y, sin que se celebrase un juicio contra él, fue beneficiado por la ley de Amnistía de 1977.

Fue en la cárcel, rememora ahora Aldalur, donde le asaltaron las primeras dudas. “Todo el grupo empezamos una evolución. Seguíamos apoyando la lucha armada, la llamábamos así, pero ya hablábamos de una lucha más pedagógica”. Llegó la democracia y las primeras elecciones democráticas y comenzó a “dudar” de si la lucha armada era el camino. Así, Jon Aldalur se integró en Euskadiko Ezkerra (EE), que en su origen fue el brazo político de ETA político-militar y que luego acató el marco estatutario y acabó fusionado con la federación vasca del PSOE. En esas primeras elecciones de 1977 EE logró un diputado.

Y llegó el arrepentimiento. “Siempre me he sentido responsable de todos los crímenes que cometimos los 'polimilis', pero también de los que vinieron después, los de los 'milis', porque no supimos parar el monstruo que nosotros mismos habíamos creado”, lamenta. Desde ese momento, asegura, lucharon por el fin de la violencia. “En 1981 dejamos la lucha armada por una cuestión operativa, táctica, porque veíamos que para que se consolidara la democracia la lucha armada era un impedimento. Hasta ese momento veíamos a ETA como un acelerador de los avances, pero nos dimos cuenta de que empezaba a ser un impedimento”. Pero es crítico consigo mismo. “Todos decimos: 'Hasta donde he llegado yo estaba bien' o, en su caso, 'debimos acabar un poco antes'. He escuchado también decir que se debió acabar después de lo de Carrero [el atentado con el que ETA mató al expresidente del Gobierno Luis Carrero Blanco], pero yo lo que deduzco es que no debimos de haber empezado”.

Desde entonces Jon Aldalur no ha ocultado nunca su pasado. Tras su militancia en Euskadi Ezkerra y en Comisiones Obreras, en 2009 se afilió al PSE, partido en el que ahora está integrada Euskadiko Ezkerra. Ha participado en el Foro de Ermua, en Gesto por la Paz y ha mostrado públicamente su apoyo a las víctimas de ETA y su arrepentimiento participando en eventos en favor de la memoria. “Hacer público mi pasado es lo que está en mi mano para reparar el daño, creo que es lo que tengo que hacer, me debo a la verdad. Y espero que mi testimonio sirva para que los jóvenes no caigan en la fascinación de la violencia”.

“Matar para defender una idea no es defenderla, es cometer un crimen”

Sobre el arrepentimiento, el filósofo Reyes Mate, apunta que, a diferencia de Jon Aldalur, “pocos miembros de ETA se ha enfrentado críticamente a su pasado”. “No es fácil hacerlo porque el que mata no solo hace daño al otro, sino también a sí mismo. Mueren muchas cosas cuando se mata”, añade. Por ello destaca la importancia de contar con un “entorno” que facilite ese proceso. “Lo que pasa en el País Vasco es que los entornos no les favorecen, más bien les retrotraen”.

Comparte este diagnóstico Aldalur, quien recuerda que a su salida de prisión fue tratado “como un héroe” por sus vecinos, cuando él sentía que era “un bandido”. “El individuo necesita de un entorno que también haga ese proceso, porque si no además de enfrentarse a su propio desastre, tiene que enfrentarse a su comunidad. Todo ese conjunto tiene que hacer una transición a ese nivel, no solo el victimario. Si yo lo he conseguido es porque tenía un entorno, aunque fuera pequeño, que me ayudó”.

Y es que, según apostilla, Reyes Mate, el del arrepentimiento es “un proceso que conlleva un esfuerzo, en el que uno va descubriendo, poco a poco, que matar para defender una idea no es defenderla, es cometer un crimen”.

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