Carlos Osorio García de Oteyza pasea por su ciudad descubriendo algunos de los secretos que semanalmente comparte en sus recorridos guiados por Madrid o ha escrito en sus once publicaciones sobre la capital.
El Ángel Rojo y las dos placas que podrían recordarlo en Libertad y Amparo
Melchor Rodríguez García, anarquista, actuó como un ángel con los prisioneros del bando franquista, salvando la vida a miles de ellos
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Caminando por el Cementerio de San Justo, en el patio de Santa Catalina, me detengo ante el sencillo nicho que alberga los restos de El ángel rojo. En la losa de mármol figura su nombre: Melchor Rodríguez García, y la fecha de su muerte: 14-II-1972. Me hubiera gustado que en la lápida figurara su frase más conocida: “Se puede morir por las ideas, pero nunca matar por ellas”.
Las guerras desatan los peores instintos del ser humano, y no es fácil encontrar en ellas a personas que sepan mantener viva su humanidad y su empatía hacia el resto de los seres humanos, incluyendo los considerados como enemigos. Melchor Rodríguez García (Sevilla 1893- Madrid 1972) mantuvo sus principios humanistas y defendió a ultranza la legalidad y los derechos humanos en los peores momentos de la Guerra Civil.
En el inicio de la contienda civil, Melchor era representante del sindicato de carroceros de la CNT-FAI. Partidario de un anarquismo humanista y pacifista, alcanzó un gran prestigio entre los suyos. En Noviembre de 1936 denunció públicamente las sacas y los fusilamientos extrajudiciales de los presos franquistas (entre ellos los asesinatos de Paracuellos del Jarama). El 5 de diciembre de aquel año, los anarquistas lograron arrebatar el control de las prisiones a los comunistas, que habían consentido las masacres, y pusieron como delegado general de prisiones a Melchor Rodríguez. Tres días después de su nombramiento, los aviones de Franco bombardearon Alcalá de Henares matando a varios civiles. En venganza por este bombardeo, una masa de gente encolerizada trató de asaltar la cárcel de Alcalá para linchar a los presos franquistas. Allí se plantó el ángel rojo, quien, solo ante la multitud, pistola en mano (la llevaba siempre descargada) y a voz en grito, logró convencer a los exaltados de que no entrarían en la cárcel si no era por encima de su cadáver. Todos los presentes convinieron en que aquel día Melchor se jugó la vida y tuvo muchas papeletas para perderla.
Melchor fue clave en la recuperación del control del orden público y las prisiones por parte del gobierno de la República. Gracias a él, mejoraron las condiciones de seguridad, sanidad y alimentación de los reclusos. Expidió cientos de salvoconductos y buscó refugio a cientos de personas del bando enemigo que eran perseguidas por sus ideas. Entre los que salvaron su vida gracias a sus gestiones estaban los hermanos Luca de Tena, el general Muñoz Grandes, el futbolista Ricardo Zamora, el locutor Bobby Deglané, Raimundo Fernández Cuesta, Javier Martín Artajo, Rafael Sánchez Mazas, Ramón Serrano Súñer, el doctor Gómez-Ulla, etc.
No le importó que desde su propio bando le acusaran de colaborar con el enemigo y que al menos en seis ocasiones trataran de asesinarlo.
Melchor fue nombrado alcalde de Madrid durante las semanas próximas al final de la guerra. Al acabar la contienda, rechazó una suma de dinero y un pasaje de avión y permaneció en su puesto hasta ser detenido por los vencedores, quienes demostraron largamente su falta de humanidad y de generosidad con los vencidos. A Melchor le juzgaron en un consejo de guerra y le condenaron a muerte, aunque posteriormente le conmutaron la pena por la de cadena perpetua. Finalmente estuvo cinco años en la cárcel. Y no pasó más años porque algunos a quienes había salvado la vida recuperaron la memoria y se interesaron por él.
Los franquistas le ofrecieron un puesto en el sindicato vertical, pero él siguió siendo fiel a sus ideas anarquistas, por lo que fue detenido en varias ocasiones. Trabajó como vendedor de seguros y escribió artículos y poemas. En su entierro, en 1972, coincidieron personas que habían luchado en los dos bandos durante la Guerra Civil. Melchor tiene dedicada una placa en Triana, el barrio sevillano donde nació. Sin embargo, Madrid no fue especialmente generoso con su memoria. Hace unos años, en 2017, la alcaldesa Manuela Carmena, a propuesta del grupo municipal de Ciudadanos, le otorgó una pequeña calle en Aravaca; y en 2023, Martínez Almeida le concedió la medalla de honor de Madrid.
Recordando a Melchor, me dirijo a la calle Amparo nº 27. Allí vivió con su mujer Francisca Muñoz, bailaora. Melchor, que había sido torero durante unos años, se casó con una bailaora: no cabe duda de que amaba a su país, pero no solo por sus costumbres, también por su carácter franco, campechano, noble. Siempre he creído que los españoles más auténticos no son extremistas, sino conciliadores.
Luego camino hasta la calle de la Libertad nº 5, donde vivió Melchor después de la guerra. No podía haber elegido mejor el nombre de su calle. Allí, en la puerta de su casa, colocó una bandera de la CNT, motivo por el que fue arrestado.
Pienso que sería un bello gesto colocar una placa en su honor en Libertad, 5 y en Amparo, 27. Es importante que las nuevas generaciones conozcan que España dio a luz a un hombre como el ángel rojo.
Sobre este blog
Carlos Osorio García de Oteyza pasea por su ciudad descubriendo algunos de los secretos que semanalmente comparte en sus recorridos guiados por Madrid o ha escrito en sus once publicaciones sobre la capital.
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