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Camino Mozárabe: penitencia cicloturista de Granada a Mérida

Imagen de la ruta.

Julen Iturbe-Ormaetxe / Andar en bici

23 de mayo de 2025 19:30 h

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Estamos en 2013. Claro, no os acordaréis. No importa; ya os refresco yo la memoria. Lluvias torrenciales, carreteras cortadas, campos anegados. Andalucía se rebela. Y, por supuesto, mucha procesión suspendida. Un drama. 

Menos mal que quienes somos un poco ciclósofos, que diría Guillaume Martin, seamos o no landistas, no nos arrugamos frente a cualquier tontería. ¿Lluvias torrenciales? Ya será menos. Venga, Alberto, que nos vamos para Granada. Nos toca paseo hasta Mérida. Bueno, yo seguiré luego por la Vía de la Plata. De Granada a Mérida y, luego, va veremos hasta dónde llego. Supongo que hasta cerca de León.

Pues así estaban las cosas. En busca de purgar pecados. Como quiera que los caminos que llegan a Santiago son tantos como peregrinos se ponen a ello, el Mozárabe era uno al que le teníamos echado el ojo. Transitaba por territorio andaluz. O sea, territorio TransAndalus, esa ruta con la que tenemos una conexión tan especial. 

En aquel entonces Granada era el lugar de residencia de un gran amigo, Iván. Buena gente que justificaba comenzar allí la ruta. Las bicis viajaron con nosotros en el autobús desde Bilbao. Aquella primera tarde, previa a la etapa inaugural de la penitencia cicloturista, la pasamos disfrutando del ambiente y, por supuesto, de las tapas. Y sí, también vimos llover. 

Nosotros, como decía, salimos de Granada, por donde pasa una de las tres vías oficiales de este camino, en concreto la que viene de Almería. Fueron 462 kilómetros de ruta en seis etapas hasta conectar en Mérida con la Vía de la Plata, con un desnivel acumulado de 7.000 metros. En aquel entonces nos sobraron dedos de las manos para contar los peregrinos que encontramos. Ahora, por lo que he estado investigando, tampoco parece una ruta muy transitada. Ya sabéis: si no os gustan las multitudes, puede ser una opción. Vamos con la ruta. Ojo, estamos en 2013. Aviso.

Dormimos en Granada en un hotel anclado en los años 60. Mobiliario, ambiente, espíritu. A las ocho, mientras desayunábamos, se escuchaba fuera la lluvia. Habría que intentar proteger bolsas y mochilas. Intentar, un verbo estupendo cuando llueve de verdad. Nos alejamos de la opulencia de la dinastía nazarí y pedaleamos los primeros kilómetros. La salida de Granada: entre fea y horrible por pistas con escombros y mierda variada. Humanidad en estado puro. Acabamos desembocando en un glorioso puticlub en ruinas. Pero eso sí, la lluvia nos respetaba. Fenomenal.

Enseguida los olivos lo ocupan todo. Da igual dónde mires. Tras un primer repecho para calentar músculos, me vengo arriba con una maritoñi en el bar Los Martínez. El pueblo, toponimia original al poder, se llama Olivares. El subidón de la primera etapa llega poco antes de alcanzar Moclín: 400 metros de desnivel en poco más de tres kilómetros. El típico falso llano.

Ahí enfrente queda Alcalá la Real. Nos encontraremos, ahora sí que sí, con los primeros estragos de las lluvias torrenciales. La carretera está cortada con un socavón de asustar. Claro que un humano penitente en bici de montaña no se arredra. Alberto, lo pasamos sin problema, ¿no? Va a ser que sí. Después, el camino nos regala alguna que otra ración de empujing y barro de estupenda calidad. Pero ya estamos en Alcalá. Ducha, colada, comida, paseo, té, lluvia y granizada. Vaya granizada. 

El día siguiente amanece meteorológicamente amigable. Desayuno típico con su pan tostado, aceite y sal, manjares donde los haya. Dejamos atrás la fortaleza de La Mota por caminos agradables con perros desagradables. Es lo que hay: el perro, amigo del hombre y enemigo del ciclista. Menos mal que casi todos atados. Casi.

Camino de Alcaudete continuamos observando los estragos del agua. Por primera vez, afrontamos un vadeo imposible. Media vuelta y a buscar plan B por carretera. Bueno, no es tan complicado. Junto a los olivos se ven plantaciones de placas solares. Pues se hace un poco más complicado porque impiden el paso tradicional. En fin, cosas del progreso. Nos quedan diez kilómetros de asfalto hasta Baena. Ah, no, que hay vía verde, qué bien. Resulta que está destrozada por las lluvias y nos lleva de lodazal en lodazal. Barro que te quiero barro hasta en una vía verde. Nadie dijo que cicloperegrinar fuera fácil.

En Baena intentamos quitar los kilos de fango adosado, pero sin agua a presión poco se puede hacer. Comemos, hablamos con Fran (coordinador de la TransAndalus), que se nos unirá en Castro del Río, donde acabamos etapa y a la que accedemos por carretera. Enseguida encontramos una gasolinera con lavado a presión. Cuatro euros después, como nuevos.

La tarde en Castro del Río trae la novedad de Fran. Ya somos tres cicloturistas. Surgen las típicas conversaciones de individuos sensibles al pedaleo. No os vamos a aburrir. Mucho más entretenida fue la procesión, con tipos disfrazados de romanos, a pie y a caballo. Ante todo, espectáculo, que la fe hay que trabajársela. ¿Este año también echarán Ben-Hur por la tele?   

Con Fran como anfitrión, pedaleamos camino de Córdoba. Cambiamos olivos por cereal. Lo que no cambiamos son las zonas enfangadas que aparecen por todas partes. Transitamos por pistas de enorme anchura. En sus márgenes asoma el barrizal.

Entramos en Córdoba por el puente romano y salimos por Cerro Muriano. Disculpas por la rima, qué le voy a hacer. Bonita la subida al cerro, alternando calzada romana y Cañada Real Soriana. Arriba nos espera un despliegue de tanquetas, tanques, carros de combate y mil chismes de matá que no sabría nombrar con propiedad. Cuánto dinero que se podría destinar a otras cosas. En fin, tras unas nuevas dosis de barro y algún tramo por una antigua carretera nacional abandonada, llegamos a Villaharta. Ojo, que toca intervenir en directo en el programa de viajes que entonces tenía Roge Blasco en Radio Euskadi. Ya veis, iba en plan celebrity.

Por la tarde, ración de cochifrito en el pueblo y a tope con la selección española. Qué vas a hacer, no queda otra para hacer amistades. Tele a todo volumen y a insultar al rival. Mira que somos.

Dormíamos en una casa rural. Las obligaciones incluían encender una chimenea pero ni Alberto ni Fran ni nuestra posadera fueron capaces de mantener el fuego vivo más allá de los diez minutos iniciales. Por supuesto yo ni lo intenté. Así que tuvimos que disfrutar de una de una noche un poco peleona. Claro que el espectáculo de Fran secando la ropa en el microondas no tuvo precio y compensó la debacle. Eso y el ventilador girando a toda pastilla la noche entera con el colgador de ropa debajo subido sobre la mesa fue un número circense en toda regla.

Al día siguiente nos despedimos de Fran. Se vuelve para Córdoba capital. Alberto y yo comenzamos la etapa dándonos de bruces con un río Guadalbarbo imposible de vadear. Vuelta a subir lo que habíamos bajado.

Tomamos una encantadora carretera hasta Pozoblanco, que dejaremos a la derecha. Hacemos amistad con un rebaño de ovejas y sus excrementos. Y con las mil y una subidas y bajadas de la ruta. Un placer. Hay que tirar para Alcaracejos y luego para Hinojosa del Duque, en plena TransAndalus. Dehesa: horizonte, encinas, cortijos y nuestra dosis diaria de barro, esta vez negruzco y vete tú a saber a cuenta de qué. Nada más llegar, a estudiar el programa de procesiones.

Pues no pudo ser. Nos quedamos con las ganas de contemplar la Estación de Penitencia de Nuestro Padre de la Humildad y la Paciencia. Aguafiesta total. En fin.

Desayunamos en el hostal. Hombrones que se van al campo por mucha Semana Santa que sea. Nosotros, por una pista hacia Monterrubio de la Serena. Eso quisiéramos. Más vadeos imposibles. Ni sé los que iban ya. Un chaval que vemos en bici nos dice que a finales de abril será la romería en La Coronada y que ellos pasan por allí a la virgen como haga falta. Ya sabéis, asunto de fe. Nuestros no-vadeos nos obligan a atravesar un pequeño puente metálico por el centro mismo de las vías del tren. Habrá que confesar el ciclopecado. En estas terminamos llegando a Campanario, penúltimo fin de etapa antes de aterrizar en Mérida. Hay romería. Y llueve.

Nos alojamos en el albergue de la estación. Es modesto, pero muy acogedor y lo llevan un par de chicas muy amables. Eso sí, menuda pelea para que centrifugue la lavadora. Conseguimos la victoria en el minuto 95 y de penalti.

Emprendemos la última etapa del Camino Mozárabe con otro vadeo imposible antes de llegar a Medellín. Los caminos están encantadoramente embarrados. Pero qué vistas las de Magacela con esos nubarrones amenazantes. Y qué decir del puente de veinte ojos sobre el Guadiana. ¿Y los quince kilómetros de viento en contra para llegar a Mérida? Insisto, son cosas de cicloperegrinos. O te pones con la faena o no lo entiendes. En Mérida Alberto se coge el autobús para Málaga.

Os pongo un acertijo para terminar la ruta. Un autobús sale de Gijón a las nueve de la noche. Pero en la madrugada del día siguiente a las dos serán las tres por el cambio de hora. Entonces, si el horario de paso por Cáceres era a las 4:25 de la mañana, ¿a qué hora deberá ir el viajero a la estación de autobuses? ¿Ese autobús en tránsito desde Gijón entrará en un bucle espacio-temporal del que no podrá escapar? ¿Qué hace el autobús de las dos a las tres de la madrugada? Misterio. Suerte, Alberto. Nos veremos en el siguiente cicloperegrinaje. 

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