Cuarenta años haciendo barrio: cierra Ceres, pionero de la cocina vegetariana en Tetuán

El barrio de Bellas Vistas no será el mismo sin el restaurante Ceres, a punto de echar el cierre. Sus letreros pintados a mano por la propia familia han sido testigos del cambio profundo del barrio durante las cuatro últimas décadas desde la esquina de las calles de Topete y de las Carolinas. Quienes quieran despedirse de sus capitanas, Neréa y Carmen –y nos consta que son muchos los vecinos que están peregrinando a hacerlo– tienen lo que queda de mes para guardar en la retina y en el paladar la esencia de uno de los restaurantes más queridos del distrito de Tetuán.
No sentamos en una de sus características mesas de madera a hablar con ellas. Carmen tarda un poco más en salir. Acaba de volver de la compra, como cada día, y del interior de la cocina sale el sonido del cuchillo cortando alguna verdura o, quizá, una hortaliza proveniente de uno de los dos huertos de la familia.

“Tenemos un apego emocional con el lugar muy grande, nos cuesta desvincularnos porque creemos mucho en la esencia del lugar. A la gente también le da pena y nos muestra su cariño. Esto es como pasar un duelo”, empieza diciendo Neréa, para quien cada turno de comidas está siendo una ronda de despedidas.
Fueron pioneros en el sector: cuando abrieron solo había otros dos vegetarianos en todo Madrid, explica con orgullo Neréa, que es quien gobierna a diario el salón del Ceres. Su familia siempre estuvo muy concienciada con la alimentación ecológica. Su padre y su tío empezaron con una fábrica de pan y bollería ecológica en Lavapiés llamada El horno de leña, donde elaboraban pan ecológico en tiempos en los que en Madrid reinaba la pistola.

Hace ya cuarenta años, Carmen –cocinara y tía de Neréa– junto con la madre de esta abrieron un herbolario, más pequeño que el actual restaurante, pero en la misma esquina. Mientras me lo cuentan, señalan parte del muro, con azulejos originales y dibujos de oficios, que marca los límites del antiguo local luego ampliado a costa del que había al lado.
El herbolario se convirtió en un auténtico centro de peregrinación para la aún escueta comunidad naturista. “Había consulta naturista, del iris y otras coas que en su momento eran bastante novedosas”, explica Neréa. “Y el local ya lo tenían antes unos chicos que también tenían una tienda macrobiótica”, añade Carmen.
En 1992 apostaron definitivamente por el restaurante, aunque la venta de productos de herbolario y naturales ha seguido acompañándolo hasta el final. Al principio abrían al mediodía y por la noche, pero hace ya años que solo lo hacen al mediodía, conformando la imagen de una auténtica casa de comidas vegetariana, cuyo principal valor es la comida casera servida en un espacio que es, efectivamente, un hogar.

“Al principio del restaurante, y durante mucho tiempo, seguíamos teniendo de todo: consulta de medicina natural, masajes, consulta del iris, reflexología podal, tienda, venta de pan, cursos de cocina, clases de yoga…no es por nada, pero hemos tenido de lo bueno lo mejor”, rememora con orgullo Carmen.
La cocinera recuerda con nitidez el primer día que abrieron para comer. Entonces eran cinco personas y se preguntaban quién sería el primero en cruzar la puerta. “Fue una persona china”, dice. Carmen es capaz de recordar dónde se sentaban cada día los comensales habituales –“allí, al fondo, se ponía siempre un inglés–. Ceres ha sido un lugar de gente asidua, a diferencia de otros restaurantes, es muy normal que las mesas estén ocupadas por una persona sola comiendo sin prisa. ”Antes incluso se sentaba la gente a compartir mesa de forma espontánea“, explica Neréa queriendo subrayar la comunidad de clientes que se ha formado a lo largo de los años en el restaurante.
“Pero se ha acabado un ciclo”, repiten. Ambas lamentan lo cambios en el consumo acelerados por la pandemia –que dejó el negocio pendiente de un crédito ICO que han terminado de pagar hace poco–. “El teletrabajo ha hecho mucho daño al menú de mediodía y nosotras no nos llevamos bien con la comida para llevar porque nuestro menú cambia a diario y cocinamos a demanda. No tenemos congeladores y cuando se acaba un plato introducimos otro. Además, se llevan un 45% y no podemos doblar el precio de los platos, no nos parece bien”.
Ceres está en una bonita corrala rehabilitada con fachada neomudéjar. “El dueño nunca ha querido arreglar nuestra parte de la fachada”, se queja Carmen. La sombra de la subida de los alquileres también ha influido en la decisión de echar el cierre. Hace dos años casi les suben el alquiler un veinte por ciento. Al final pudieron continuar, pero una cláusula en su contrato especifica que si el casero, que es dueño de todo el edificio, quiere venderlo entero, se podría rescindir el contrato. Demasiada inseguridad.
Echan la memoria a viajar y se acuerdan de otros negocios relacionados con el suyo que ya no están. Hablan de la escuela de Hostelería y Panadería que estuvo durante años en la cercana calle Almansa; y de la cooperativa panificadora El Tigre en la calle Tenerife, una fábrica pionera de pan integral de los ochenta que, de hecho, fue absorbida por El horno de leña, el negocio de pan de su familia que mencionábamos antes.
De los locales de toda la vida en el entorno solo quedan la zapatería de la calle Alvarado y una tienda de electricidad. Neréa cambiará de sector y Carmen tiene la intención de descansar todo el verano y luego dedicarse a cultivar una merecidísima vida de jubilada. “Hacer todas las cosas que no hemos podido hacer hasta ahora y pasear por la Dehesa de la Villa”, dice. El cariño de los vecinos, agradecidos por los años de trato cercano, se lo seguirán encontrando al paso cada día.
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