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Rumbo a Bizerta: dos generaciones, tres guerras

El buque inglés Stanbrook llevó a 2638 personas desde Alicante a Orán (Argelia)

José Ibarra Bastida

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Cuando los cartageneros perdían en una revolución, ya fuera en el Cantón o en la guerra civil, era habitual que se exiliaran en el cercano norte de África. Juan Alcaraz Saura, un joven anarquista de La Aparecida, tuvo que tomar el camino del exilio en marzo de 1939 y arribó a Bizerta (Túnez). Y después a Orán (Argelia) y después a Avignon (Francia), saltando de guerra en guerra y de país en país. Y en la estela de la memoria democrática que muchas familias están recuperando, su hija, la poeta Jeannine Alcaraz, recapitula 80 años después la peripecia de la diáspora de esos padres y sus tres hijos en un libro de memoria familiar titulado Rumbo a Bizerta. Dos generaciones, tres guerras. 

La autora de este libro recientemente presentado en Cartagena, nació en Orán en 1946, fruto de ese exilio argelino en el que se tuvieron que refugiar muchos republicanos españoles derrotados en la guerra. Jeannine es argelina de nacimiento, pero también es francesa y es española por todos los lugares por los que pasó su familia. Nuestra autora de hoy es una conocida poeta francoespañola radicada hace años en Cartagena y que ha dedicado toda su vida a la enseñanza, con bastante obra publicada en diversos géneros: poesía, literatura infantil, traducciones…

Rumbo a Bizerta: dos generaciones, tres guerras

Ese es el sugestivo título y subtítulos elegidos para este libro, que esta vez no es de poesía. Estamos ante un libro de memoria familiar que va más allá, porque trasciende ese ámbito íntimo, que en principio solo sería interesante para los integrantes de esa familia, pero que después se convierte en un relato de auténtica memoria histórica colectiva y democrática, y eso ya nos interesa a muchos más lectores. Porque la historia del exilio de esta familia es un pedazo de historia de España, pues corrieron esa triste suerte cientos de miles de compatriotas nuestros de la España que defendió la democracia. Las dos generaciones a las que alude el título son la de Juan y Therese, los padres, y la de la propia Jeannine, Pierre e Yves, los tres hijos del matrimonio. Y las tres guerras consecutivas a las que esta familia de origen cartagenero tuvo que sobrevivir fueron la guerra civil española hasta 1939, la II guerra mundial hasta 1945 y la guerra de independencia de Argelia en 1962. 

Primeros años, II República y guerra civil

Juan Alcaraz Saura nace en el pueblo de La Aparecida en el año 1921, por lo que vivió su adolescencia en la Cartagena republicana, imbuyéndose de todo aquel ambiente de modernidad intelectual, de efervescencia política y de militancia sindical. Estudia hasta los 14 años y pronto se pone a trabajar de camarero en el Bar Sol, ese bar céntrico casi centenario que aún hoy sigue abierto. Abraza entonces las ideas anarcosindicalistas que le marcarán en el futuro, para bien y para mal, y se afilia a la CNT. Cuando estalla el conflicto bélico en el 36 Juan tiene 15 años; cuando cumple 18, al final de la guerra, es llamado para defender la República en sus últimos estertores en las filas de lo que se conoció como la quinta del biberón, por lo jóvenes que eran sus integrantes. El 5 de marzo de 1939 las tropas franquistas toman Cartagena, y lo que Juan toma ese preciso día es algo inesperado para él: el barco en el que huyó de una muerte segura rumbo al exilio, el crucero Miguel de Cervantes. El chaval aquel de 18 años no lo sabía, pero ya no volvería a pisar suelo español hasta 35 años después.

El comienzo del exilio

Jeannine Alcaraz nos cuenta que los buques que salieron de Cartagena cargados de exiliados huyendo de la represión franquista en marzo del 39 pusieron rumbo a Orán, la plaza norteafricana más cercana a nuestras costas, 200 kilómetros al sur de nuestra ciudad, a ocho horas de barco y el destino habitual de los fugitivos cartageneros en todas las derrotas. Las autoridades argelinas no permitieron la entrada ni en Orán ni en Argel, y tuvieron que irse más al este, a Túnez, donde llegaron dos días más tarde, y desembarcaron en el puerto de Bizerta que le da título al libro. Y a partir de ahí comenzó un calvario en el exilio para Juan y sus compañeros. Porque no fueron recibidos como peticionarios de asilo político, sino como delincuentes, y considerados por las autoridades francesas del norte de África como lo que no eran: terroristas. Estuvieron sometidos a custodia militar y fueron tratados como mano de obra esclava: trasladados en vagones de tren de ganado, fueron enviados a trabajar en las minas de Meheri-Zebbeus, en el centro de Túnez, durmiendo en poblachos de casas derruidas, sin camas ni colchones ni ropa. Se les ofreció regresar a la España franquista, pero se negaron a volver porque sabían que les ajusticiarían (lo que sucedió con muchos que creyeron que no les iba a suceder y fueron ejecutados), y entonces se les militarizó en un batallón disciplinario francés que les obligó a trabajar construyendo fortificaciones en el desierto, con escasa agua y comida y con malos tratos. 

La II Guerra Mundial

Los españoles que componían esos batallones disciplinarios eran enviados a los destinos más duros. Francia está gobernada en los primeros años de la II Guerra Mundial por un régimen filonazi, y los territorios franceses del Norte de África serán administrados con mano de hierro en esos 1940, 1941 y 1942. Los nuestros son enviados entonces de Túnez a Argelia, a una misión infernal: las minas de Kenadza, donde trabajaban en régimen de esclavitud, con castigos como el tombeau: un hoyo que tenía que cavar el castigado en tierra, a modo de tumba, y permanecer encerrado en él un montón de días a base de agua y pan. Y luego el rebelde Juan estuvo tres meses castigado en el temible campo de Hadjerat M’Guill, un campo represivo al que llamaban El Valle de la Muerte. 300 hombres vigilados por centinelas sanguinarios vivieron allí un infierno. Los presos allí eran desnudados, desprovistos de toda pertenencia, recibían palizas a estacazos o guantazos, nada de toallas ni jabón, con dos mudas de ropa, pelados al cero, comiendo en platos que no se lavaban nunca, contrayendo todo tipo de enfermedades… Y trabajos forzados de pico y pala. Muchos exiliados españoles murieron en esa fase de la II Guerra Mundial, que para Juan Alcaraz y sus compañeros supervivientes acabó un poco antes que en Europa, pues el 8 de noviembre de 1942 los aliados desembarcan en la conocida Operación Torch y liberan el norte de África, derrocando a los nazis franceses. El territorio argelino se reincorpora a la nueva Francia democrática y los exiliados españoles son liberados.

Entonces ahora nuestro paisano Juan Alcaraz continúa como exiliado en Argelia pero ya como ciudadano libre. Juan Alcaraz recupera la libertad en 1943 y decide instalarse en Orán, como tantos españoles que eran o exiliados izquierdistas o inmigrantes económicos que abandonaban España por razones políticas o laborales. Había una viva colonia española en Orán y allí rehace Juan su vida, en la ciudad africana más cercana a Cartagena, y sin intentar regresar a España, en donde la represión más feroz contra los republicanos que no pudieron huir continuará hasta 1945. Es cuando comienza a trabajar en restaurantes y construye su nuevo futuro. Conocerá a Therese, una chica mucho más joven que él y también descendiente de españoles. En los años 40 y 50 nacerán allí los hijos del matrimonio: la autora del libro, Jeannine Alcaraz, y sus hermanos. 

La tercera guerra de la familia Alcaraz

Esta familia ya francoespañola vivió una relativa tranquilidad en la década de los años 50, en los últimos años del dominio francés en el oranesado. Y, de hecho, Jeannine Alcaraz relata escenas plácidas de su infancia oranesa, rodeada de muchas familias de origen español y en la que recibieron la visita a veces de los abuelos y tíos cartageneros. La guerra de liberación de Argelia había comenzado en 1954, pero no llegará a Orán hasta 1960. En el verano de 1962 se produce la fase final de ese conflicto, cuando el Frente de Liberación Nacional Argelino se acaba por imponer tras una larga guerra al Estado francés y el nuevo país consigue la independencia. Y con ello se acaba la convivencia pacífica entre las comunidades europea y argelina: hubo un auténtico baño de sangre en julio del 62 con miles de muertos en ambos bandos y un clima de terror generalizado que hace que Juan y Therese teman por sus hijos, y lo que hacen por seguridad es enviarlos a veranear a España, a la casa paterna de Juan en La Aparecida, con los abuelos, mientras los padres permanecen en Orán aguantando el tipo y esperando el final del conflicto. 

Tras 1962, y una vez conseguida la independencia de Argelia, la mayor parte de los 1.100.000 argelinos de origen europeo regresa a Europa, y en Argelia apenas quedaron unos 170.000. Pero Juan Alcaraz había prometido no volver a España hasta que se muriera Franco, y para eso aún faltaba una década. En 1964, la familia Alcaraz hace las maletas, abandona Argelia y vuelve a Europa tras la tercera guerra que tuvieron que sufrir, pero ahora se instalarán en suelo francés, concretamente en Avignon.

El regreso a Cartagena de un anarquista pertinaz

Tras la muerte de Franco, la familia Alcaraz volverá a España paulatinamente. El anarquista Juan Alcaraz vuelve a pisar suelo español en enero de 1976. Se había ido del país en 1939. Estuvo exiliado más de 35 años: toda la duración de la dictadura y unos cuantos años más. Poco a poco, la familia va volviendo a la España democrática. Primero los hijos, y después Juan y Therese, que serán los últimos en regresar volviendo a residir en Cartagena en los años ochenta tras su jubilación en Avignon y hasta su muerte en 2011, a los 91 años.

Algo curioso a destacar es que Juan Alcaraz fue un anarquista pertinaz. Estuvo afiliado a la CNT y pagando religiosamente la cuota sindical todos los meses de su vida, hasta el día de su muerte, y en su ataúd se posó la célebre bandera rojinegra. Un hombre leal que mantuvo sus ideales hasta el final de su existencia. Y, finalmente, que el libro está trufado no solo del relato memorístico de la familia: también hay intercalados poemas de Jeannine Alcaraz, una constante reivindicación política de los valores de aquella generación y letras de canciones anarquistas por todo el texto. 

Rumbo a Bizerta, dos generaciones, tres guerras es uno de esos saludables ejercicios de memoria democrática que sirven para impedir que olvidemos lo que le sucedió a la media España que perdió la guerra hace 90 años.

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