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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

La cultura rural, el espectáculo, la desconexión

La Pasá de tudancas recorrió las calles del centro de Santander.

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Hace tiempo que los ámbitos rurales se han convertido en un recurso turístico donde la población y sus actividades parecen más figurantes y dramaturgia de un espectáculo que parte consustancial de la cultura de un territorio.

Para muchas personas que habitan las —pocas y superpobladas— ciudades de Cantabria, el mundo rural es un restaurante de fin de semana, una visita a un mercado o a un 'día de', una segunda residencia donde 'desconectar' de las rutinas urbanitas o un 'paseo' con vistas a un mundo fosilizado etnográficamente que le ofrece 'experiencias' singulares y un poco 'anecdóticas'.

Hemos leído cómo hay turistas que se quejan por el sonido de las campanas de la iglesia de tal localidad o a los que molestan gallos o boñigas de vaca. Asistimos a programas de televisión o documentales que romantizan o anecdotizan la vida rural como si se tratara de un patrimonio arqueológico desconectado de la “Modernidad”, que infantilizan a sus habitantes y muestran sus vidas como en un viejo documental sobre pueblos aborígenes.

Cuando Jesús Calleja o cualquier otro presentador llega a los pueblos de Cantabria —por ejemplo— anecdotizan la vida y se permiten chascarrillos o interpelaciones que jamás se harían a un vecino de El Sardinero o de El Alisal. Todo aparece como sorpresivo y ajeno y eso genera una desvinculación de la mayoría de la población cántabra, que en un 51,3% se apelotona en solo cinco municipios grandes de la comunidad.

Por otro lado, tenemos la idealización de la arcadia cántabra por parte de algunos movimientos y partidos que tratan de transportarnos a un mundo en el que la mayoría de las cántabras y cántabros ha calzado albarcas, distingue la tonalidad de los campanos, o se relajan escuchando el pitu y el tambor. Ni una cosa, ni la otra son reales, pero lo que sí demuestran es que existe un abismo, una desconexión real que hace débiles las raíces y fuertes los tópicos.

En todo esto pensaba cuando asistía a la pasá de tudancas —y de los humanos que las guiaban— en Santander. Miles de personas vieron este 'espectáculo', pero no todas eran iguales. Todavía hay muchas personas mayores que residen en la capital pero provienen de esos pueblos que ahora —en algunos casos— se van vaciando; todavía hay miles de ciudadanos y ciudadanas a las que no hay que explicar casi nada, pero a los que se les veía un rostro melancólico, como si estuvieran asistiendo a un fogonazo del pasado.

No es pasado. Cientos de personas que viven de la ganadería, que mantienen algunas tradiciones y han desechado otras, que quieren un futuro en el territorio, participaron de algo que no era un desfile ni un 'espectáculo', sino que recuerda una tarea anual, cotidiana, necesaria, propia. Vi a mucha gente joven y a muchas mujeres que no respondían a los imaginarios o a los topicazos sobre lo rural.

Hay mucho que contar a las generaciones más jóvenes, pero —es más— hay mucho por vivir si se quiere garantizar un porvenir a esos ámbitos rurales. Para que así sea, habrá que reconectar lo desligado, considerar que ese 'pasado' tan presente también es “Modernidad”, dejar de denominar a la cultura popular rural como folclore o a la creación propia de esos lugares como artesanía; cambiar de titular al programa de la Consejería de Cultura que potencia el 'folclore' y que ahora se llama “Orígenes”, porque nos retrotrae una vez más al pasado y aleja la tradición de la vida contemporánea; habrá que procurar que niños y niñas urbanos de Cantabria conozcan la cultura propia rural de la comunidad autónoma antes de irse de campamento a Irlanda, o que entiendan que la carne y la leche que consumen no 'nace' envasada y con código de barras. Más importante será que entiendan que hay niños y niñas en los ámbitos rurales que son como ellos, que sueñan y sufren en la misma medida, que anhelan un futuro propio como lo hacen los de ciudad.

Propuestas como Casa Palma o como el Tañedor de Juan Saiz demuestran que la tradición combina bien con la contemporaneidad, pero son solo ejemplos sueltos. Seguimos aislando esa tradición rural en museos etnográficos o en eventos con tufo de 'recreación' de lo ya destinado a dejar de existir. Hay una cultura rural tan cultura como la urbana, solo hay que dejar que ambas dialoguen, se nutran, se retroalimenten.

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